Este país de mierd...
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- Escrito por Miguel Tuyaré
- Temario: Crónicas
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Cada vez que escucho a los periodistas hablar despectivamente de su propio país e incluso de nuestros compatriotas("somos un país de mier...", "somos una mier...") me acuerdo del famoso libro "Manual de Zonceras Argentinas" de Arturo Jauretche y su Zoncera N° 13. Para el que no la conoce, aquí la transcribo ya que es muy explicativa de lo que pasa por la cabeza de mier... de estos personajes.
Escribe Jauretche:
Al tilingo la m... no se le cae de la boca ante la menor dificultad o desagrado que les causa el país como es. Pero hay que tener cierta comprensión para ese tilingo, porque es el fruto de una educación en cuya base está la autodenigración como zoncera sistematizada. Así, cuando algo no ocurre según sus aspiraciones reacciona, conforme a las zonceras que le han enseñado, con esta zoncera también peyorativa.
La autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace con relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor. (Nota mía: harto de ver y escuchar las comparaciones entre nuestro país y los otros del "primer mundo")
Jorge Sábato me cuenta que en Nueva York, recibido por un grupo de norteamericanos a quienes acompañaba un argentino, le faltó tiempo a éste para preguntarle como primera noticia de su Patria: — "¿Buenos Aires siempre lleno de baches?" Jorge le dijo: — "Si, hay muchos y te podés romper una pierna. Pero si aquí te metés en el subterráneo después de las cinco de la tarde es casi seguro que te rompen algo... ¡Bueno, todo va en gustos! Yo prefiero romperme una pierna... y en un bache".
Crónicas: Los oficios
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- Escrito por Miguel Tuyaré
- Temario: Crónicas
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No recuerdo si la primera vez que escuché la frase “un oficio no te va a hacer rico pero con él vas a sobrevivir” fue dicha por mi abuelo o por mi padre lo que sí sé es que quedó grabada en mi memoria desde muy chico y para siempre; el paso del tiempo la confirmó y pasó a ser uno de los pilares sobre el que fundamento mi existencia hasta el día de hoy.
Los oficios a veces surgen de la nada, es como un don innato que genera artistas variopintos e incluso bifurcaciones hacia otros menesteres; otras veces se aprenden de algún maestro que nos revela “trucos”, que no son más que experiencias propias compartidas, o de alguien que nos empuja a expandir habilidades que ya poseemos pero aún no desarrollamos. Esos maestros son los mejores de la vida porque nos enseñan lo que no vamos a aprender en claustros escolares o universitarios.
Y una cosa es una profesión y otra muy distinta es un oficio. Según lo que dictan las definiciones propias de las palabras, oficio y profesión son cuestiones diferentes: para aprender un oficio no hace falta preparación académica, para ser profesional se necesitan estudios; un artesano no necesita estudiar, un ingeniero si. Sin embargo sostengo que una profesión se puede volver oficio y viceversa, es más, ambas llegan a convivir y completarnos, nutren nuestras capacidades y generan un espíritu propio y único sobre el que vamos gestando nuestra vida.
Uno de mis poetas españoles favoritos es Antonio Gala Velasco, de él proviene un aforismo que supe hacer mío hace un tiempo, dice: “tu oficio es cotidiano y decisivo: mientras alumbre el sol, serás ardiente; mientras dure la vida, estarás vivo”; y nada más cierto, saber un oficio genera vida y felicidad.
Crónicas: Inquietudes
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- Escrito por Miguel Tuyaré
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En esa vastedad inmensa que somos como seres únicos e irrepetibles, con amores y sentimientos, con razones y desazones; en ese mar del alma, del espíritu y del corazón flotan a la deriva todo tipo de inquietudes y certezas.
Conocerse así mismo es un arte universal y a la vez original, primigenio e imperecedero: moriremos pero las obras logradas quedarán vivas eternamente en el recuerdo de quienes nos sucederán, incluso lo no alcanzado, los intentos, las ideas, lo que fuimos, todo quedará. Lograr saber qué somos es un arte multitareas, un oficio vital e inevitable porque lo hacemos aún sin darnos cuenta. En ese arte pintamos y retocamos, esculpimos y pulimos, diseñamos y trazamos, escribimos -a veces con sangre- y tachamos, borramos o renacemos, componemos los acordes de nuestra vida disonante y con esa música propia danzamos por los caminos de la vida hasta el aliento final.
Esos ensayos artísticos determinarán nuestros tropiezos y los buenos momentos, afloran los dones y las falencias, no todos seremos Miguel Ángel ni Da Vinci, no todos seremos un Clapton en potencia o un Pappo Napolitano o un Atahualpa Yupanqui.
En cada una de esas tareas del arte surgen inquietudes, no es para menos, si supiéramos cómo vivir la vida otra sería la historia del mundo. Esos desasosiegos son los que nos dan el tanino justo del vino que nos corre por las venas y que va llenando nuestra vasija. Podemos ser un fuerte cabernet, un áspero petit verdot, un suave y terso malbec, un chenin acaramelado o simplemente un dulce patero. Si sabemos de vinos entenderemos mejor a los demás y a nosotros, esa es mi cábala que nunca sigo, imagino.
En fin, en la maraña de sucesos que acometemos a lo largo de nuestros años, vamos haciendo cosas que responden al arte de construirnos o re inventarnos y repasando cada tanto todo, veo que en mis oficios empujados hice y hago de todo, tal vez hasta me he obligado a seguir ensayando otros, a veces desconocidos y todo para seguir tirando para arriba.
Comencé a escribir desde muy chico, tal vez trece o catorce años, tal vez antes, ya ni recuerdo. Ese fue el primer cincel de mis inquietudes. Casi al mismo tiempo, con poca diferencia, me atrapó el naciente mundo de la informática que despuntaba un futuro prometedor, sobre todo con programación de sistemas. Un poco antes había sido empujado por mis padres a aprender a tocar la guitarra, algo que pasado algunos años descubrí que era innato en mi, ADN y herencia de varias generaciones que me precedieron y supieron amar la música, sobre todo mi abuelo que fue violinista, contrabajista, baterista, etc.
Crónica: Campo Fértil
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- Escrito por Miguel Tuyaré
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Estoy un poco desvencijado de ganas y por momentos desvarío en el limbo de no saber por dónde empezar o dónde retomar. Como una densa niebla aparecen lo "por hacer" y "lo pendiente" y me abruman hasta el punto de quedar impávido, prender la radio y ponerme a hacer cualquier cosa menos lo que debería. Tengo asumido que es un problema mío desde que soy consciente de eso, algunos le achacan la culpa al signo zodiacal, mala estrella -o buena- y algo de cierto hay en eso, no es para menospreciar, veo factores comunes con familiares y amigos del mismo signo.
Hace ya unos meses arranqué con el proyecto literario "Campo Fértil" que no es ni más ni menos que la historia genealógica de mi familia, fruto de años y años de investigación y trabajo, de contacto con gente de todos lados y de las memorias que mi padre dejó escritas tiempo antes de fallecer, que por cierto están con un desorden importante.
Comencé el libro que se llama "Campo Fértil", tal es el significado de mi apellido "Tuyaré"-en realidad debería ser "Tuyaret" con "t" final-, con un ímpetu inusitado. Escribí cinco capítulos en pocos días hasta que llegué al punto en donde tengo que hurgar en mis propios recuerdos para ir complementando los contenidos de lo que escribo. Y esa es una tarea ardua, de horas y horas, que por momentos te hace viajar en el tiempo y sin retorno, o te trae al presente hechos escondidos, dolorosos, felices, añorados; es una mixtura de sentimientos que van y vienen cuando uno mira el horizonte y escarba en su interior profundo.