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Colegio San JoséEn esa vastedad inmensa que somos como seres únicos e irrepetibles, con amores y sentimientos, con razones y desazones; en ese mar del alma, del espíritu y del corazón flotan a la deriva todo tipo de inquietudes y certezas.

Conocerse así mismo es un arte universal y a la vez original, primigenio e imperecedero: moriremos pero las obras logradas quedarán vivas eternamente en el recuerdo de quienes nos sucederán, incluso lo no alcanzado, los intentos, las ideas, lo que fuimos, todo quedará. Lograr saber qué somos es un arte multitareas, un oficio vital e inevitable porque lo hacemos aún sin darnos cuenta. En ese arte pintamos y retocamos, esculpimos y pulimos, diseñamos y trazamos, escribimos -a veces con sangre- y tachamos, borramos o renacemos, componemos los acordes de nuestra vida disonante y con esa música propia danzamos por los caminos de la vida hasta el aliento final.

Esos ensayos artísticos determinarán nuestros tropiezos y los buenos momentos, afloran los dones y las falencias, no todos seremos Miguel Ángel ni Da Vinci, no todos seremos un Clapton en potencia o un Pappo Napolitano o un Atahualpa Yupanqui

En cada una de esas tareas del arte surgen inquietudes, no es para menos, si supiéramos cómo vivir la vida otra sería la historia del mundo. Esos desasosiegos son los que nos dan el tanino justo del vino que nos corre por las venas y que va llenando nuestra vasija. Podemos ser un fuerte cabernet, un áspero petit verdot, un suave y terso malbec, un chenin acaramelado o simplemente un dulce patero. Si sabemos de vinos entenderemos mejor a los demás y a nosotros, esa es mi cábala que nunca sigo, imagino.

En fin, en la maraña de sucesos que acometemos a lo largo de nuestros años, vamos haciendo cosas que responden al arte de construirnos o re inventarnos y repasando cada tanto todo, veo que en mis oficios empujados hice y hago de todo, tal vez hasta me he obligado a seguir ensayando otros, a veces desconocidos y todo para seguir tirando para arriba.

Comencé a escribir desde muy chico, tal vez trece o catorce años, tal vez antes, ya ni recuerdo. Ese fue el primer cincel de mis inquietudes. Casi al mismo tiempo, con poca diferencia, me atrapó el naciente mundo de la informática que despuntaba un futuro prometedor, sobre todo con programación de sistemas. Un poco antes había sido empujado por mis padres a aprender a tocar la guitarra, algo que pasado algunos años descubrí que era innato en mi,  ADN y herencia de varias generaciones que me precedieron y supieron amar la música, sobre todo mi abuelo que fue violinista, contrabajista, baterista, etc.

Posteriormente se sumó mi amor por la cuestión contable: esa cacofonía del debe y el haber para dar resultados sin olvidar el patrimonio neto me tomó desde la secundaria y me arrulló en medio de un desafío de cuentas, asientos, mayores y balances... y la saga continúa.

Y como todo tiene que ver con todo, siguieron incontables actividades más que sería largo repasar: electrónica, diseño gráfico y web, dibujo, historia, política, etc. De todas las artes que practiqué siempre subyacen cuatro que son como amuletos de la buena suerte, viven en mi y me inundan profusamente hasta hoy: escribirme, bordonearme con la guitarra, programarme y soldar algún chip donde me falte o falle la lógica y la memoria.

Toda esta breve y concisa crónica de vida surgió porque encontré un escrito de muchos años que fue la contratapa de una revista escolar que diseñaba e hice durante un par de años para el "Colegio de las Hermanas Misioneras de San Francisco Javier", hoy llamado "Instituto Madre Isabel Fernández".

En esa escuela cursé mi primaria, fui pupilo un tiempo mientras mi padre trabajaba en el taller de acumuladores para automóviles y mi madre en el Frigorífico Liebig. De allí traigo este texto que transcribo, para compartirlo y no dejarlo tirado en los bits de algún disco obsoleto y descuidado.

Contratapa de “Inquietudes”, año 1998

Todos volvemos de vez en cuando al pasado para corregir el presente y planificar el futuro. Es un ensayo constante e inconsciente. Pero cuando uno toca la realidad con el pasado, aflora la nostalgia o el vago recuerdo. Las cosas buenas o malas que han sucedido en la vida se hacen presentes en un objeto, en un lugar o en un sentimiento y muchas veces nos conmueven hasta el llanto o la risa.

Cuando entré al colegio, luego de varios años de ausencia, lo primero que hice fue mirar hacia el fondo, hacia mi celestial gruta azul... y no estaba. Mi lugar de meditación y de juegos era ahora un piso de cemento con un gran cantero y con la imagen de la Virgen de la Medalla Milagrosa.

Siempre dicen que todo tiempo pasado fue mejor, pero claro, nosotros, los de entonces ya no somos los mismos(decía Neruda). El tiempo a templado las cuerdas de nuestros sentimientos y arrugamos en la nostalgia con la suavidad de un beso.

Me conmuevo cada vez que entro al aula donde otrora di tercer grado. Ahora tengo 34 años y me da vergüenza recordar que tuve que hacer un muñeco de nieve para pasar de grado, y vuelvo los ojos hacia esos nuevos ventanales gigantes, buscando mi vieja gruta azul como en el infinito, con la Reina Madre entre las piedras... y no están... y algo me falta.

En las largas noches de “Parada”(1) me he encontrado repasando las memorias de la primaria: las ferias los domingos con la flor de chapadur con rollitos de papel con premios, la pesca, el pericón, el carnavalito... a Diana, el amor de primaria, la sopa de medio-pupilo, las penitencias rezando el Credo en la Capillita que ya no está, las escapadas cuando era el momento de vacunarnos, la cicatriz que aún llevo en la ceja -de un empujón-, la buseca de Don Monroe con una naranja de postre, la caída en los rosales de la gruta (como extraño esas flores todavía), el orgullo de llevar la banda que decía «En honor a la perseverancia» cuando en el acto de fin de curso nos entregaron recordatorios y una medallita de San José.

A veces creo que cuando comenzaron mis hijos en el colegio, empecé yo también nuevamente, pero las materias son otras: devolver lo que recibí y de agradecer estar de vuelta. Y a medida que transito la escuela me voy haciendo dueño de cada rincón como recuperando el pasado y haciendo del presente y del futuro, un mundo de proyectos, algunos por hacer otros en marcha.”

 

 (1) "Parada": eran encuentros de reflexión, similares a Encuentros Matrimoniales pero aggiornado a nuestro país y región y con un enfoque diferente, no tan religioso aunque el fin era acercarnos a Dios. [Volver]